Mientras se desempeñaba como profesora, escribía artículos sobre educación y también poemas. Se inventó un seudónimo, Gabriela Mistral, para homenajear a los poetas Gabriele D’Annunzio y Frédéric Mistral, a quienes admiraba profundamente. Con los años desarrolló un lenguaje poético llano y despojado, cargado de emociones elementales y poderosas.
Sus grandes temas fueron el dolor y el amor. Su fama aumentó y la puso en contacto con los grandes escritores e intelectuales de la época. Un contacto profesional que llegó a ser su gran amigo fue Constancio C. Vigil, el fundador de la revista argentina Billiken. Vigil se sumó a la campaña para postular a Gabriela al Premio Nobel de Literatura. Se lo otorgaron en 1945 por “su poesía lírica que, inspirada por emociones poderosas, ha hecho de su nombre un símbolo de las aspiraciones idealistas del mundo latinoamericano entero”. Gabriela es una de las escritoras más reconocidas de Latinoamérica. Décadas después de su fallecimiento, sus textos siguen cobrando vida cada vez que alguien los lee.